La mujer que vino del mar
Previamente al concierto que cierra la temporada orquestal de la Banda Sinfónica del Estado de Sonora, el Instituto Sonorense de Cultura sostuvo una entrevista con la cantante Alejandra Robles “La Morena”.
“Hay gente que quizás viene de la tierra, otros venimos del mar” Alejandra Robles en el documental La costa chica
Hermosillo, Sonora; a 26 de junio de 2024.- La música puede ser todo. Es un fractal infinito de significados y una polisemia inherente que permite que cada uno de los que habitamos este mundo le demos un significado: puede ser un distractor, puede ser un artefacto que hace que nuestra memoria nos lleve por un camino nostálgico, puede ser mero entretenimiento que nos impulsa a bailar sacudiendo el cuerpo, puede ser una vocación, puede ser nuestro acompañante en las noches de mayor desasosiego y desamor, puede ser nuestro ritual para dormir o bien nuestro testigo en los domingos de limpieza total de nuestras casas. Lo que nadie puede negar es ese vínculo casi sagrado que todos tenemos con la música.
La música es también resistencia y quizás la biógrafa más importante de la humanidad: a través de la historia de la música y sus procesos, podemos observar la conformación de nuestra historia. Alejandra Robles (Puerto Escondido, Oaxaca; 1978) “La Morena” estará el próximo jueves ofreciendo un concierto con la Banda Sinfónica del Estado de Sonora (BSES) en la Casa de la Cultura de Sonora, ubicada en Hermosillo. Es un concierto único que propone un programa tan bello como potente: piezas de un gran calado emocional que han sido acompañantes y constructores de identidad en toda la región de la Costa Chica, de donde Alejandra es originaria.
Nacida en Puerto Escondido, pasó sus primeros años pegada al mar. El mar como un escenario casi idílico y utópico. El mar como un espacio mítico que fue forjando quién es Alejandra. Recuerda sus días zambulléndose en ese mar de la Costa Chica, un mar que puede ser manso a primera vista pero que tiene sus momentos picados, bravos.
“Crecí en la playa de chiquita, recuerdo que éramos muy humildes pero no nos sentíamos pobres o no nos dábamos cuenta de las carencias que teníamos porque teníamos el mar, era la felicidad máxima, por eso creo que lo busco todavía”, recuerda la cantante.
Se mudaron a Oaxaca capital, y ahí los talentos de Alejandra se empezaron a mostrar. Finalmente, venía de una familia con dotes artísticos: su padre músico, su abuelo requintista, su madre era bailarina folclórica y su hermano es bailarín. Fue gracias al apoyo de sus padres que pudo desarrollar su vocación.
“No ha sido nada sencillo, ha sido dificilísimo y he sido muy afortunada porque mis papás han sido mis principales fans, desde pagar en la Universidad veracruzana y correr con los gastos que eso supone”, rememora “La Morena”.
II
Alejandra Robles se ha convertido en una rare avis de la escena artística mexicana. Su gran obra artística tiene como génesis y piedra fundacional una visión que no es muy común en la industria: surge de la reivindicación social de su gente, de su vocación comunitaria y de un entendimiento de la música como una forma de transformar la realidad que la rodea. Alejandra es afrodescendiente, un grupo étnico que hasta 2020 no existía en la Constitución ni en los censos del INEGI.
Más de 2 millones de personas son afrodescendientes en México, el 2 por ciento de la población en el país. Y si bien hay avances, queda un largo camino por emprender.
“Están cambiando cosas, antes en el mismo Oaxaca no se nombraba a los afrodescendientes, hemos ido impulsando y es la gente y las comunidades las que han impulsado nuestra cultura; donde más necesidad hay es con los afrodescendientes, hay mucho talento pero ha sido un pueblo que está en el olvido; no estábamos en la Constitución, en el 2020 no estábamos. Cuando empecé a cantar no estaba muy consciente, ha sido con la búsqueda, conociendo Oaxaca, donde empecé a darme cuenta y decirme 'ésta es mi bandera, esto es los que soy yo, tengo que hablarlo' y ha sido poco a poco, ha sido un descubrimiento. Yo creo que cuando dimensioné este tema fue cuando gané una beca con canciones del antropólogo Gonzalo Aguirre Beltrán, quien hizo una extensa investigación sobre la población afrodescendiente. Ahora veo que hay más visibilidad; mientras más información exista más se puede luchar por acabar con el racismo y la discriminación”.
III
En la rueda de prensa, Alejandra canta un fragmento de La Llorona. La voz parece provenir de otro lado. Por un segundo, el aire de la Sala de Arte del Instituto Sonorense de Cultura (ISC) pareció quedar congelado en el tiempo. La música es su acompañante. La música de su tierra.
Los procesos colonizadores y neocolonialistas siguen teniendo una fuerte influencia en el cómo experimentamos el mundo. La idea que se ha quedado instalada en el canon hegemónico de la música hace que se siga pensando que existe una diferencia entre la música alta y la música popular. El paradigma occidental y eurocéntrico ha hecho que hagamos una diferenciación entre géneros: la música clásica la pensamos como el estandarte de lo refinado. El rock lo pensamos como el estándar de la música subversiva del sistema. A los ritmos africanos, afrodescendientes, tropicales, se les ha categorizado como músicas menores. Incluso, hace unas décadas, intelectuales progresistas como Adorno, seguían pensando al jazz y al blues como músicas “salvajes”. De ahí la imperiosa necesidad de ir decolonizando nuestros oídos, nuestro sistema de pensamientos.
Por eso, el programa del concierto del próximo jueves en el cierre de temporada orquestal de la Banda Sinfónica del Estado de Sonora se antoja tan potente: canciones populares como La Martiniana, La Llorona, El Feo, La bruja o Paloma morena, configurarán un mural de resistencias, de identidades que se han negado, durante décadas y siglos a ser olvidadas. Alejandra Robles es una ave rara dentro de la escena artística mexicana. Lo es porque ha construido su trayectoria olvidándose del individualismo y ese glamour farandulero para dar paso a un trabajo comunitario, de rescate a la memoria y de reivindicación de su gente.
Cuando canta, Alejandra sigue siendo esa niña que se zambulle con su hermano en las aguas de la Costa Chica.