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Instituto Sonorense de Cultura

Retratos literarios: Franco Félix

El escritor sonorense Franco Félix resultó el ganador del Premio Bellas Artes de Ensayo Literario “Malcolm Lowry” 2024 con su obra El ingeniero que escapó por la ventana: Thomas Pynchon en México (1962-1964).



Ésta es una nota especulativa de un ensayo especulativo.

No es fácil hablar de la obra de Thomas Pynchon. Tampoco es fácil hablar de la obra de Franco Félix (Hermosillo, 1981). El escritor sonorense tiene uno de los proyectos literarios más originales y creativos del panorama literario mexicano y poner a ambos autores en la misma frase es una invitación-estrambótica, histérica e híper-imaginativa- a adentrarse en la fábrica misma de la naturaleza de la realidad.

El ingeniero que escapó por la ventana: Thomas Pynchon en México (1962-1964) es un ensayo especulativo-así lo define Franco1- que recorre la estadía del autor norteamericano en México. Franco se vale de cartas que escribió Pynchon estando en Ciudad de México para ir tejiendo y llenando los espacios temporales de su estadía aquí en México.

“Muy pocas personas saben que cuando se publicó V., en 1963, él estaba viviendo en la Ciudad de México. No se sabe porque se ha hecho una especie de mitología sobre el autor. Algo que él quería evitar. Es irónico porque al querer evitarlo la gente se interesa más”.

Franco también se define como una especie de propagandista y proselitista de la obra de Thomas Pynchon. Y no podría ser para menos, el autor de El arcoiris de la gravedad, Contraluz, Vicio Inherente o El lote 49 es uno de los escritores más enigmáticos por la complejidad de su obra y por su negación a salir de las sombras e incrustarse en el escaparate glamouroso y frívolo que brinda la industria literaria y la propia pop culture. Su negación a ser una figura pública durante décadas, desde la aparición de su primera novela (V., que se convirtió en un clásico de culto inmediato) lo ha convertido en una especie de objeto oscuro del deseo de la maquinaria mediática, sin que Pynchon haya dado un paso atrás en sus principios, convirtiéndolo en una especie de paradoja fundacional de nuestros tiempos llenos de imagólogos, de la ingeniería social que hace de la imagen el todo.

“Me parece que esa negación de Pynchon es subversiva, la idea de que en esta época del selfie, de la fotografía, de las publicaciones, de los cócteles, que un escritor decida que sólo quiere que se hable de su obra y no de todo lo que lo rodeé a él, me parece impresionante”, dice Félix.

No en vano se ha convertido en un deseo iracundo de prensa y lectores, más centrados en la figura del autor que en su obra: ejemplo perfecto de un individualismo salvaje y la necesidad posmoderna de formar especies de culto a la personalidad, y ha tenido apariciones en cimas de la cultura popular, como lo fueron Los Simpsons en los años 90's que hicieron un gag del escritor en uno de sus episodios.

Así que su ensayo especulativo, ganador del prestigioso premio de Ensayo Literario “Malcolm Lowry” nace de esas pulsiones del autor sonorense: el enamoramiento por la obra de Pynchon y también de un trabajo casi detectivesco de explorar alguien que no quiere ser descubierto y un pasado que lo liga íntimamente a México (que es un escenario recurrente en sus novelas).

 

México es un país extraño. Hay lugares comunes que han ido recorriendo nuestra identidad y que nos da una especie de reafirmación, como lo que dijo André Bretón (“No intentes entender a México desde la razón, tendrás más suerte desde lo absurdo, México es el país más surrealista del mundo” ) y luego posteriormente reafirmó Salvador Dalí (““De ninguna manera volveré a México; no soporto estar en un país más surrealista que mis pinturas”), dos pilares del surrealismo que sucumbieron ante una realidad de la cotidianidad mexicana que parece ser más surrealista que el surrealismo. Hay una especie de magnetismo que influye México sobre artistas extranjeros y que lo han convertido en un destino que va de la enajenación a lo macabro y que se ha explorado en distintos libros historiográficos sobre estos pasos -efímeros en su mayoría- de los artistas en nuestro país. Por ejemplo: El escritor norteamericano Ambrose Bierce, uno de los puntales del nuevo terror literario, entró a México por El Paso, en plena efervescencia revolucionaria para unirse, como observador, a las tropas del ejército de Pancho Villa. Poco se supo -se sospecha que fue fusilado en Chihuahua-.

La generación beatnik que con Kerouac como abanderado cruzaron toda Norteamérica para llegar a México y que con una precisión academicista retrató José García- Robles en su El disfraz de la inocencia: Jack Kerouac en México. Herederos de esa generación beat, está también el infame episodio ocurrido en un departamento de la colonia Roma, donde William Burroughs, jugando a ser una especie de Guillermo Tell de la contracultura gringa terminó matando a su esposa, la también escritora Joan Vellmer.

Hay historias como la del propio Malcolm Lowry que llegó para dar rienda suelta a una vida dipsómana pero también para crear su obra cima, o pasos que van de lo espiritual (el gran jazzista Charles Mingus viviendo en Tepoztlán para intentar curar, desde la medicina alternativa su enfermedad) a lo anecdótico (Paul Bowles en su autobiografía narra su estadía en México donde conoce al genial Silvestre Revueltas ya en su decadencia alcohólica o su pasaje por las costas tabasqueñas donde tuvo discusiones marxistas con miembros de sindicatos).

Heriberto Yépez en su lúcido ensayo El Imperio de la Neomemoria (Almadía, 2008) construye a partir de la figura del poeta Charles Olsen un lúcido paralelismo entre la vida de éste y las pulsiones de la sociedad norteamericana, teniendo un inmenso peso esa relación asimétrica de Estados Unidos y México. Para Yépez, México es una especie de paraíso barbárico y barroco , pagano; que se muestra como un destino para desaparecer de la opresión puritana de la sociedad gringa. En mayor o menor medida, México es para los artistas norteamericanos una puerta al anonimato.

Quizás eso fue lo que impulsó a Pynchon a venir a México en los 60's.

“Creo que México le sirvió a Pynchon para terminar de pulir y soltar lo que después veríamos en sus obras posteriores. Podemos ver en Contraluz que narra con suma fidelidad pasajes de distintos puntos de México, de Ciudad de México a Guanajuato, de Chihuahua a Sonora, y en sus cartas escritas aquí en México, un entendimiento de lo que significa México, hace reflexiones sobre el PRI, sobre la cultura en general”, señala Franco.

Entrevistar al autor de Los gatos de Schrödinger o Todos me llaman pelmazo y Maten a Darwin es entrar al mundo del funambulismo: si bien uno podría pensar, por su prosa y la arquitectura narrativa con la que cimenta sus obras, que Franco sería un escritor merolico, domador de grabadoras y de cámaras, la realidad es que es un hombre introvertido, sumamente introvertido. Proviene de ese árbol genealógico que tiene como semilla a James Joyce. Y aquí bien podría caber esa dicotomía-quizás impopular o polémica, cuando menos- que propuso Enrique Vila Matas sobre los dos polos literarios: Simenon y Joyce. No que una sea mejor que la otra, pero sí la diferenciación entre una linealidad narrativa y una fragmentación que, paradójica e irónicamente, se convierte en totalitaria. Pynchon, David Foster Wallace, Gaddis, Barthelme, Félix, Mussil, Bolaño, el propio Vila Matas, perteneces a la parte joyciana del árbol genealógico.

Entrevistar a Franco Félix es como si existiera una especie de Google – o Encarta para los que ya peinamos canas- literario/científico. Y de pronto, parece que ha entrado en un modo de monólogo, en un soliloquio lleno de erudismo y referencias. Un hombre al que le tendríamos que poner notas de pie a sus notas de pie.

Habla de Pynchon: su vocación maximalista, su realismo histérico, estrambótico, su visión totalizante de la literatura, de personajes que no son personajes, capaces de esconderse durante 300 páginas y luego surgir como si nada hubiera pasado. Pynchon y su visión holística o panteísta donde todo está unido. De entropías y termodinámica, de poder, de colonialismo y las estructuras que siguen marcando el devenir de la cotidianidad, de física cuántica, de la física de los cohetes, de los genocidios que esconde Occidente, del racismo imperante, de la revolución mexicana, de una realidad, en suma, que a veces nos es desconocida.

Por eso sus libros son tan difíciles y por eso se ha convertido en un escritor de culto, porque también atrae a muchos que hacen que lo leen pero no lo leen, como los que dicen que les gusta la música de Arcade Fire.

Y mientras Franco habla – y escribe sus obras-, es imposible no imaginarse su departamento como una especie de refugio paranoide donde va ligando acontecimientos, con montones de libros apilados y subrayados como una Oedipa Maas pynchoniana: Imagino que estará leyendo pasajes de ese libro hermosísimo que es La totalidad de la naturaleza de Bortoft donde hace una reivindicación de la ciencia goethiana, especialmente a la luz de los descubrimientos de la teoría de la totalidad cuántica; o bien, quizá leyendo alguno de los libros o periódicos editados por Erwin Lázslo, fundador del Club Budapest (que bien podría ser un grupo salido de la imaginación prolífica del propio Pynchon-o de Franco-y que nos ofrece nada más y nada menos que la visión unificada de ese nuevo paradigma que llevamos décadas buscando; una visión que concibe el cosmos de forma unitaria, sin fisuras, fundamentado en una conciencia única y coherente, manifiesta en todos nosotros.

Su ensayo ganador lo define como especulativo. Y es imposible no pensar que era un paso natural para su prosa, tan original. También habla un poco de la literatura mexicana y su panorama. Y si ya Borges hace varias décadas señalaba el agotamiento de la imaginación en la literatura hispanoamericana, tendríamos que hacer un análisis y ver que existe una hegemonía de la literatura mexicana que se aboca a un realismo que bordea, a veces cruzándolo, la porno-miseria, la estilización de la violencia, el narcotráfico como casi único punto cardinal en una brújula averiada. Bien haríamos en plantearnos en la necesidad de buscar otras alternativas, de escapar de la literalidad. Mark Fisher, en su portentoso ensayo Realismo capitalista, expresa cómo nuestra imaginación-en parte por los largos tentáculos de la homogeneidad de la industria cultural- ha sido colonizado por el capitalismo impidiéndonos buscar y evocar otras realidades fuera de ese marco. Una opción para reconquistar nuestra imaginación es leer a Pynchon-o a Franco Félix-.

1Desde aquel cuento “Me dicen quien que diga quien soy” aparecido en el cuentario Suicidios ejemplares de Enrique Vila Matas donde juega con su nombre al revés (con la frase “Satam Alive E.” para asustar a su interlocutor en un viaje en barco, me he dado a la tarea de hacer ese mismo ejercicio con todos los autores para ver si encuentro algo. En el caso de Franco, lo más que he podido sacar es que la doble F (FF)podría ser el Fast Forward y comprender esa capacidad que tiene para generar elipisis en su obra.