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Conquista Álamos la Orquesta Filarmónica de Sonora

En algún momento, el escritor y filósofo Heriberto Yépez señalaba que había pocos países como México que tuvieran la voluntad de escribir tanto sobre sí mismos: ahondar y ahogarse en ese laberíntico psico-social que es la búsqueda de nuestra identidad. Lo intentó Alfonso Reyes, lo intentó Octavio Paz, lo intentó Samuel Ramos, lo intentó Roger Bartra y lo intentó el propio Yépez. Todos esos resultados se quedan cortos a la hora de definir lo que significa “ser mexicano”. Si se me permite la intromisión, todos ellos fallaron en esa voluntad descriptiva, entre otras cosas, porque dejaron de lado la música. Cada pueblo, cada región, inserta su ADN identitario en sus expresiones musicales. La música es el gran lenguaje universal, y como tal, el más cercano a comprender el espíritu de un pueblo.



La noche del sábado, en el marco del Festival Álamos Pueblo Mágico 2023, la Orquesta Filarmónica de Sonora (OFS) del Instituto Sonorense de Cultura (ISC) ofreció un concierto enciclopédico sobre la identidad sonorense. Una noche de sonidos bellísimos cargados de nostalgia, de lucha, de identidad: la resiliencia de la gente del desierto, el ingenio de los pobladores de la sierra, el misticismo de las culturas originales que marcan, en buena parte, nuestro devenir como habitantes de esta tierra. La Orquesta Filarmónica de Sonora, fiel a su estilo y bajo la batuta de su directora invitada, Esmireli Dórame, iluminaron la noche alamense.

En la semana, la Orquesta realizó ensayos a puerta abierta en el Teatro de la Ciudad de la Casa de la Cultura de Sonora. Uno de esos eventos íntimos que encierran dentro de sí una especie de magia. Se contó con la presencia del maestro Arturo Márquez, tótem incombustible de la música sonorense. Con su icónica humildad, Márquez señala sus exploraciones sonoras, su refinamiento sobre la música popular, sobre la arquitectura musical que emana desde el pueblo. Y sobre todo: el futuro.

“Música Sonora” es el nombre del concierto que se presentó en Álamos gracias a la curaduría y organización del maestro Márquez. La noche arranca con “El caballito de Ures”, de Nubia Jaime Donjuan, compositora joven de gran trayectoria nacional e internacional y chelista de la orquesta. Como todas sus composiciones, como puede ser la bellísima “Danza mestiza” o “En el exilio”, que realizó junto con su colectivo “Las montoneras”, la visión musical de la compositora sonorense es tan rica en matices, tan compleja como bella, tan íntima como explosiva. También son de su autoría las piezas “Ayacahuite” y “Sahuaro”. Piezas envolventes y magnéticas. Nubia comparte el árbol genealógico del maestro Márquez, sus pulsiones y su sentir por la música como un lienzo susceptible a esa imaginación que no se agota. El concierto sigue con “Pascola” de Fernando Palma. Otro de esos músicos geniales que han habitado en Sonora. “Fugaz” de Mayra Lepró, “Mía” de Alejandro Karo, “Danza del desierto” de Joselyn Vargas o “Petricor” de Valeria Montoya, siguen habitando, fantasmales, como murmullos incesantes, el palacio alamense. Composiciones musicales hechas desde Sonora. Imposible no emocionarse con la música que retumba y que emana desde la ejecución técnica de la Orquesta Filarmónica de Sonora. Esmireli Dórame. La directora invitada, le imprime su propio estilo. Su cadencia, su ritmo, sus movimientos se convierten en metáforas de las notas musicales que vuelan en elípticas por todo el auditorio.

La segunda parte del concierto son piezas del maestro Arturo Márquez. “La barca de Guaymas”, esa icónica canción que funge como himno y encuentra su co-relato en ese México que aún nos queda en la memoria: el habitado por Lola Beltrán y Pedro Infante. La leyenda cuenta que la pieza original es de Carlos Wenceslao López Portillo, músico y compositor alamense. Le siguen tres composiciones que se van fusionando la una con la otra: “La tortuga”, “La llorona” y “La sandunga”. Canciones emanadas desde el Istmo, desde Oaxaca, llenas de nostalgia, de dolor, de pérdida, pero también del encanto que tiene el vivir.

El cierre del concierto no podría ser de otra forma: “Danzón no. 2”. Obra absoluta de Arturo Márquez y que ha sido tocada en casi todos los rincones del planeta. La inmortalidad se escucha así.