Literatura desde los márgenes
Contracrónica
Una feria del libro es un espacio donde convergen muchos universos que nos son imperceptibles a la vista, un poco aquella frase de El principito que se volvió una especie de axioma de que lo esencial es invisible a los ojos.
Subterráneamente a ese nutrido programa de la Feria del Libro Sonora 2024 (Felison) organizada por el Instituto Sonorense de Cultura (ISC), habitan historias en un espacio liminal, fronterizo y migrante entre la realidad y la ficción, entre el mundo de los hechos y el universo de lo hipotético (porque siempre es más amplio aquello que empieza con el si condicional) que bien podría emparentar con aquella frase de Sergio Pitol en el Mago de Viena que decía que la literatura era “el espacio más íntimo de la utopía”.
La literatura como utopía, como entelequia, la literatura también como algo indescifrable que no se reduce al libro-objeto o a los conversatorios específicamente centrados en el quehacer literario. La literatura encuentra su sino en el reino de los pequeños gestos, en historias que quedan atrapadas en la gestualidad de un adiós, en una mirada que no encontró, cruelmente, destinatario, en la dicha compartida en una nota al margen de algún libro con un significado especial.
En la Feria del Libro Sonora 2024 hay 75 stands y más de 170 fondos editoriales. Una oferta literaria que comprende de obras clásicas que van de las tragedias de Eurípides hasta recetarios de cocina, de grandes obras de la literatura medieval hasta los tomos de En busca del tiempo perdido de Proust; de las obras shakesperianas a los libros de Mariana Enríquez, Leila Guerrero o Macaria España; de los tratados teológicos de san Agustín de Hipona a libros de teoría política que hacen radiografías del surgimiento del fascismo —un tema que convendría tener en cuenta dado el termómetro socio-político del mundo. Y entre todos esos nombres, grandes genios de las letras y del pensamiento, se encuentran también, esos refugios románticos que son las librerías de viejo, espacios que fungen como una especie de guía lectora, de árboles genealógicos incólumes y comunitarios, donde se rompe con la fetichización del libro como objeto de consumo y de guardado. Aquí los libros viajan libres, cruzando fronteras y manos, regalos y descartes, donaciones y bibliotecas no reclamadas.
Reconocer las librerías de viejo de la Felison es sencillo: impera un caos orgánico donde los títulos de los libros parecen seguir la fuerza natural del azar. No hay una lógica de mercado de exhibir los libros en tendencia, por el contrario, lo que existe aquí es una especie de mecanismo de supervivencia, el del libro, que encuentra en el pensamiento circular su mayor fuerza: mi título es más que suficiente para captar al lector.
Y así empieza un ejercicio de búsqueda y de caza lectora, la adrenalina de quizás, encontrar un libro añorado por la nostalgia o por el deseo. Y entre el hojeado y ojeado se entra a otra dimensión literaria, a una especie de metaliteratura que solo lo pueden proveer los libros de viejo. Bajo el sol jaguar de Italo Calvino de la editorial Tusquets y de su colección Andanzas atrapa el interés. La contraportada lo confirma: una prosa libre que encierra las sensaciones —olfato, gusto, vista, tacto y oído. El cuento referido al gusto está ambientado en Oaxaca. En la primera hoja en blanco del libro hay una nota escrita en pluma color azul: “Para mi querida alumna Silvia L. Que la vida te brinde muchas alegrías”. La firma es ilegible, un garabato que parece salir de algún relato de Las mil y una noches. Y ahí la imaginación se dispara: ¿quién es Silvia L.? ¿por qué la dedicatoria en un libro de Calvino?
Después de ojear otro tanto de libros, encuentras en Los suicidas de Antonio di Benedetto una serie de anotaciones al margen de las hojas y subrayados de un amarillo que intuyes que hace unos años todavía mantenía su original brillo fosforescente. Es difícil distinguir las notas marginales porque es una letra trémula, errática, casi ansiosa —piensas mientras te haces el grafólogo— y en la primera página, subrayado con ahínco y se presume con violencia, la primera frase del libro:
“Mi padre se quitó la vida un viernes por la tarde. Tenía 33 años. El cuarto viernes del próximo mes yo tendré la misma edad”.
Y es imposible elucubrar los fantasmas del pasado, atar cabos entre la letra nerviosa de las notas a los márgenes de las hojas y los subrayados con excesiva fuerza. Te preguntas si estará bien el antiguo dueño de la obra de ese escritor argentino tan vital pero poco conocido fuera de su país natal. Y la imaginación y la curiosidad corren paralelas.
Luego buscas más libros con anotaciones: En Dos Crímenes de Jorge Ibargüengoitia encuentras una dedicatoria sencilla que no da mucho cuerpo al juego literario que has emprendido. Un escueto “Con cariño para A. Gómez”. En un librito pequeño y delgado, casi famélico titulado Ubú Rey de Alfred Jarry —que luego googleas y descubres que fue uno de los dramaturgos más revolucionarios de las vanguardias artísticas de inicios del siglo XX— está la nota con la que decides detener tu intempestiva cacería meta-literaria: “Te regalo estos libros porque mi vida, aparentemente, no es suficiente. Firmado Miguel Cervera, 24 de abril de 2002”.
Para consultar el programa de la Felison 2024, ir a: https://isc.sonora.edu.mx/eventos/felison